domingo, 15 de diciembre de 2013

Leyendas de la provincia de Zamora.

 
 
 
 
 
 
 
Leyenda de El Motín de la Trucha
 
Corre el año 1158. Zamora ha perdido ya el miedo a las razzias musulmanas y se ha convertido en una ciudad pujante, con una actividad artesanal y comercial importante.
Cada día son muchos los que llegan a ella buscando trabajo desde las regiones norteñas y aportando novedades técnicas y culturales desde las comarcas en poder de los musulmanes. Esta expansión ha hecho que se esté terminando ya la segunda muralla que mandó construir el rey Alfonso VII, pues la que había ordenado erigir Fernando I ya hacía tiempo que era insuficiente para acoger a toda la población que llamaba a sus puertas. No obstante, muchas pueblas de gran vitalidad económica van a quedar extramuros, pero no hay dinero de momento para más. Aunque gran parte de la actividad económica y mercantil está en manos de esta gran masa de artesanos y comerciantes, a la que empieza a denominarse el Común, el poder sigue en manos de la nobleza y del clero, también ampliamente representados en la ciudad. Sus casas y palacios se agrupan en el núcleo más antiguo de la misma, ése que va desde la Plaza Mayor al castillo.
Este poder lo ejercen de diversas maneras, pero sus presiones sobre el pueblo llano son más fuertes, a medida que ven que éste es más numeroso y más activo. Los abusos son cada día más frecuentes y de poco valen las protestas de los Procuradores del Común ante el rey, cuando éste ha de apoyarse en los nobles para sus campañas guerreras. Uno de los últimos privilegios que se habían atribuido los nobles era la de poder entrar en el mercado los primeros para adquirir los mejores productos y sólo a las diez de la mañana, cuando la campana sonaba, podía entrar el resto del pueblo para comprar lo que ellos dejaban.
Como casi todos los viernes, uno de los zapateros de la ciudad ha cerrado su taller para dirigirse al mercado y procurar algo de pescado fresco a partir de las diez. Nada más oír la campana, el zapatero se lanzó por la puerta del mercado hacia su pescadero habitual. Allí, entre el género dejado por los criados de los nobles una trucha sanabresa, un auténtico milagro que había escapado a los depredadores palaciegos. Pero cuando la estaba pagando, escuchó una voz que le pedía esa trucha para su señor. Era la voz del mayordomo de Don Gome Alvárez de Vizcaya, uno de los hombres más poderosos de la ciudad. Se habría dormido o, más bien, se habría quedado jugando a los dados a los que tan aficionado era y había dejado pasar su hora del mercado. Evidentemente, el zapatero no estaba dispuesto a perder presa tan apetitosa para una vez que podía conseguirla. Por ello, se opuso violentamente, llegando a zarandear al mayordomo. Éste, que veía perdida la batalla y con ella la trucha, recurrió a los guardias que había vigilando el mercado, mandó prender al zapatero por ofender a su señor y actuar con violencia contra él y, por supuesto, metió en la banasta de uno de sus criados la trucha objeto de la contienda.
Este nuevo abuso no hizo más que soliviantar los ánimos de los allí presentes, hartos ya de tanta injusticia. Al poco tiempo fueron sumándose más y más ciudadanos que iban llegando indignados.
Se empezó a hablar entonces de acabar con esa situación de opresión que duraba ya tanto tiempo, de acabar con la tiranía de los nobles, que aunque estaban armados y ellos no, eran inferiores en número. En medio de todo este tumulto, aparecerá la figura de Benito “El Pellitero”; el procurador del común, el representante del pueblo ante las autoridades. Un artesano que se dedicaba a hacer pellizas, cazadoras, conocido por su honradez, religiosidad y sensatez, al que todos respetaban por sus decisiones. Él intentara convencer a la plebe de la necesidad de resolver el conflicto de una manera pacífica, hablando con los nobles y apelando incluso al rey si éstos no hicieran caso.
Sin embargo, en mitad de su discurso, otra voz comenzó a gritar que los nobles, armados, se habían reunido en la iglesia de San Román y tramaban venganza contra ellos. La oleada humana se movió como un resorte hacia esta iglesia, sede y archivo de la nobleza zamorana. A través de las puertas podían oír que había que ajusticiar a un centenar de amotinados, para que supieran quién mandaba en la ciudad; que la culpa era del tal Benito; que sin éste cabecilla el pueblo no sabría que hacer; que esto pasaba por darles tantas concesiones… Esto embraveció aún más los ánimos y los más osados fueron a la Plaza de la Leña, junto al Palacio de doña Urraca, y volvieron cargados de urces y escobas secas, junto a carros llenos de buenos trozos de encina. Los lanzaron prendidos en la techumbre y por los huecos de las ventanas. El humo y los gritos de los nobles encerrados se fundieron con el estruendo del derrumbe de las columnas y de las bóvedas.
No pudiendo aguantar la situación, se abrieron las puertas y un grupo de seis o siete jóvenes intentaron salir con las espadas desnudas; pero no dieron más de cinco pasos y sus cuerpos quedaron atravesados en las tornaderas que esgrimían los gañanes de los campos próximos. Entre los muertos estaba el joven noble Ponce de Cabrera, hijo del todopoderoso “Príncipe de la ciudad de Zamora” y principal valedor de los desmanes de la nobleza. Los demás nobles prefirieron morir abrasados dentro de la iglesia a ser apaleados hasta la muerte por el “populacho”. Mientras tanto, ante el asombro de los sitiadores, las sagradas Formas salieron volando por una rendija del muro Norte, yendo a refugiarse en la capilla de las Dueñas, próxima al palacio de doña Urraca.
Aquí permanecieron como objeto de veneración hasta que las monjas se mudaron de casa. Hoy todavía se veneran en la iglesia de las Dominicas Dueñas, al otro lado del Puente de Piedra, en el barrio de Cabañales. A continuación, la muchedumbre se dirigió al palacio de Don Gome Álvarez de Vizcaya, para liberar al zapatero y quemar el edificio.
Cuando se calmaron los ánimos, Benito fue el primero en darse cuenta que la violenta revuelta que había protagonizado, tarde o temprano tendría su respuesta por parte de Ponce de Cabrera y de la nobleza del Reino cuando se enteraran de lo que en Zamora había sucedido. Por ello, se reunió con el resto de procuradores y tomaron la decisión de ir inmediatamente hacia el Reino de Portugal, pues de lo contrario su muerte era segura. Así, al amanecer del día siguiente una multitud silenciosa y callada, de cerca de siete mil personas, comenzó a salir de la ciudad en dirección a la salvación, Portugal.
 

 
 
 
LEYENDA DE SANTA MARIA LA NUEVA               EL PROFETA
                                                                                     Ramón de la Calle Esteban

2 comentarios:

Entre palmeras... dijo...

Unos muy felices días Ramón y que la felicidad te sonría siempre para ti y los tuyos.

Abrazos

Myriam dijo...

Eso es lo que pasa cuando la gente no da más por el agobio, la represión y el abuso de los gobernantes.¡Qué triste verse obligados al exilio!

Quiero desearte Ramón muy Felices Fiestas y que el año 2014 te traiga vientos favorales, muchas cosas buenas, salud, etc.

Un abrazo